
EL PESEBRE DE BELÉN
Al acercarse los días de Navidad y según es costumbre en los países de tradiciones cristianas, se habrán de levantar numerosos establos que pretenden representar el cuadro de Belén. Pero generalmente hemos hallado en ellos un error muy importante que cambia totalmente el significado de esta fecha y contradice el texto de las Sagradas Escrituras. En efecto, se ubica la figura del niño Jesús en una cuna, en el piso de un establo.
Sin embargo no fue eso lo que ocurrió, de acuerdo con lo que expresa la Palabra de Dios, la Biblia. El Redentor no tuvo una camita para ser acostado en ella, sino que la gran señal que los ángeles indicaron a los pastores era precisamente esta circunstancia:“…hallaréis al niño envuelto en pañales, echado en un pesebre.” (Lucas 2:12)
A nadie llama la atención que un bebito sea envuelto en pañales, pero lo extraordinario, completamente fuera de lo común, es encontrarlo acostado en un pesebre; allí está la gran señal evangélica, pues si Dios permitió que el Verbo Eterno encarnara en esa criatura y luego fuese colocado en ese lugar, lo hizo para mostrar a la humanidad la condición en que se encontraba y hasta dónde debió humillarse el Señor para poder salvarnos.
El pesebre es el sitio donde se deposita la comida para las bestias; y aún el animal más torpe, el asno, dice la Biblia, que conoce el pesebre de su señor (Isaías 1:3); pero el hombre no tiene entendimiento, pues ha dejado a Dios, la fuente de agua viva, para cavar para sí cisternas rotas, que no detienen aguas donde apagar su sed espiritual (Jeremías 2:13). Es decir, el género humano, en su ceguera, ha descendido tanto que, comparativamente hablando, una bestia tiene mayor conocimiento de su dueño que el hombre de su Creador.
Por ello es que Jesucristo vino a nacer allí, al lugar donde puede encontrarnos como somos, miserables y perdidos pecadores, ocupados únicamente en la satisfacción de nuestros apetitos carnales, sin importarnos para nada los deseos y propósitos de Dios. ¿Acaso tú, amable lector, puedes decir que te has preocupado de tus obligaciones para con tu Creador? Y si de alguna manera piensas que lo has hecho, ¿cuánto tiempo de tus días estás dedicado a darle a Él la gloria y honra que sólo merece? Si eres sincero te darás cuenta de inmediato que estás en falta frente a Aquel a quien un día tendrás que dar cuenta de tus actos.
Sin embargo, todavía estás a tiempo de arreglar tu situación; esta Navidad puede tener una importancia vital para ti, si penetras en el significado de aquel pesebre de Belén.
Sí, querido amigo, el Dios Eterno e Infinito fue capaz de realizar un sacrificio tan grande por amor a nosotros: Se despojó de Su Gloria para venir a morar en aquel niño, para llevar esa humanidad santa y preciosa hasta la cruz del Calvario para que muriese en nuestro lugar.
Porque si la Navidad nos está señalando el descenso del hombre a causa de su pecado, también nos indica que Cristo, para ser nuestro Salvador, no sólo debía nacer en un humilde lugar, sino también e ineludiblemente, debía morir en una cruz de maldición. De allí, entonces, que el pesebre señala sólo el comienzo de una larga cadena de sacrificios que Él debía realizar para conducirnos a la gloria eterna.
Cristo bajó de los cielos para venir a buscarnos; y hoy, a través de estas líneas, lo hace contigo, estimado lector, Cristo te llama, así como estás, donde estás. Lo hace para ofrecerte el perdón de tus pecados por la fe en la sangre que Él derramó por cada uno de nosotros.
No habrá mejor manera, más hermosa forma de celebrar la Navidad, que creer en Aquel que debió nacer en un pesebre para encontrarse allí conmigo; y que debió morir en la cruz para derramar Su sangre preciosa y lavar con ella mis pecados.
¿Deseas tú experimentar ahora mismo esa bendición? Cree en el Señor Jesucristo y recibirás el perdón. Acepta Su obra a tu favor y tendrás la vida eterna.
¿No quieres hacerlo hoy, cuando todavía estás a tiempo? ¿Qué será el mañana? No está en nuestras manos determinarlo. Hoy es el día de salvación, cuando aún Cristo ofrece gratuitamente el perdón. Recíbele en tu corazón, el sucio pesebre donde también Él quiere nacer, para iluminarlo con la lumbre de la vida y limpiarlo con Su sangre sublime. Recién entonces comprenderás la profundidad de la bendita paz que los ángeles anunciaron en la nochebuena de Belén.
– Extraído del Tratado: “El pesebre de Belén” –